sábado, 10 de febrero de 2018

La muerte emplumada.

El ser humano ha moldeado el ecosistema hasta convertirlo en un entorno seguro donde él es la máxima amenaza, para sí mismo y para el resto de especies. Pero hace 2 millones y medio de años los peligros eran diferentes y en muchas ocasiones eran los depredadores quienes con una sacudida punzante de garras y dientes engrasaban la maquinaria de la cadena trófica, siempre perfecta.


El hambre empuja al depredador, que oculto entre la vegetación o vigilante desde el cielo, se mueve sigiloso acechando a su presa. La presa sabe de la imprevisibilidad del ataque y siempre está alerta, solo la relajación que otorga la rutina de la amenaza le hace vulnerable.

En 1924 se descubrió en Sudáfrica el cráneo de un pequeño Australopithecus africanus de 3 años de edad, un homínido bípedo que forma parte de ese puzzle complejo de la evolución humana. En aquel tiempo los científicos que daban forma a una ciencia joven, la paleoantropología, ya habían observado marcas en el cráneo. Se dedujo que esas líneas eran el resultado del ataque de un félido que había cazado y devorado al pequeño Australopithecus, bautizado como el niño de Taung.

Pero en 2006, se realizaron nuevos análisis y se compararon lar marcas del niño de Taung con la de diversos monos recogidos de los nidos de las águilas coronadas. Se observó que el patrón de las marcas dejadas en los cráneos era similar, ya que las águilas dejan marcas diferentes con las garras y sus picos. Las marcas dejadas en las cuencas oculares eran inequívocamente de águilas, y se pudo confirmar que el ataque llegó desde el aire.

Cráneo y reconstrucción del niño de Taung.
Pero algunos científicos no entendían como un águila de 12 kg de peso, podía trasladar al niño de Taung, de un peso similar. La respuesta para los expertos era simple, las águilas de este tipo despedazan a su presa y la trasladan por partes hasta el nido. Y de este modo la triste historia fue escrita.

La muerte llegó volando y el joven australopithecus apenas llegó a ver una sombra de plumas que lo golpeo con el dolor profundo de las garras, que afiladas, penetran en la carne y el hueso, y firman la muerte para que en el recuerdo quede el miedo que alguna vez sentimos al mirar el cielo.


Autor: Germán Zanza López.
Ilustraciones: Axel Steinhanses.
Fotografías: www.abroadintheyard.com
Fuentes:
- www.elpais.com
- Revista "Nature".
- www.nationalgeographic.es


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